Lo que no puede faltar es la mesa
Caterina Farías
“El martes 20 de agosto fuimos con el taller de documental a la estación Pueyrredón, a participar en un merendero que se está llevando a cabo desde enero. Retratar y conocer experiencias solidarias y comunitarias, como forma de resistencia a un presente un tanto desolador y lleno de incertidumbre. Este lugar nos propone el desafío de la época: ver al otro como potencia. Encontrarse, compartir, vincularse desde otro lugar, con otros objetivos, desde el cuidado, el afecto, con una escucha activa. Poder ser parte de esa alternativa enriquece, moviliza y potencia. Empiezo a entender que es por ahí…”
Martes 20 de agosto, a eso de las 17:30, salimos desde el colegio con el taller de documental, rumbo a la estación Villa Pueyrredón. Somos cinco estudiantes y Sonia (una de las profes de continental). Caminamos unas cuadras, llegamos a la estación y esperamos sentados; el tren está atrasado. Luego de un rato, llega. Nos subimos a un tren con bastante gente, pero no explotado. En poco tiempo, llegamos a la estación y nos acercamos a la plaza que se encuentra al lado, donde se desarrolla un merendero.
Son cerca de las 18 hs, y la gente aún no llega; estamos solas. Mientras esperamos, preparamos micrófonos, charlamos y recuperamos lo que hablamos el día anterior sobre cómo posicionarnos, los modos de acercarnos a los demás y el objetivo de esa jornada. Lo ideal es obtener tomas de la preparación de la merienda, la organización, las personas intercambiando, y, de ser posible, algunas entrevistas.
Estoy nerviosa; estoy encargada de entrevistar, siento la responsabilidad. Quiero lograr acercarme a la gente sin ser invasiva; hay un gran desafío en el intercambio con personas que no conozco, algunos en situación de vulnerabilidad, con quienes tengo que construir un material, algo que haga sentido para el documental. La posición que nos toca asumir no es la más cómoda, pero de eso se trata.
Pasan unos minutos desde que llegamos, y aparece Greta, profe de documental (ella es antropóloga), trae un bizcochuelo recién sacado del horno (es el que lleva siempre, recién sacado del horno). Al rato, va llegando más gente, entre quienes organizan y quienes van a merendar. Empiezan a poner mesas y sacan termos de café, facturas donadas por panaderías de la zona y budines, que comenzamos a cortar y repartir. En ese momento, me acerco a la gente, que nos recibe con alegría y mucho agradecimiento; se intercambian palabras, chistes y risas.
Mientras algunas de mis compañeras de taller se encargan de grabar, otras tomamos contacto con la gente; con vergüenza, cierta incomodidad, pero con ganas de participar, de ser parte, del modo que se pueda, para el que haya lugar. Hablamos con personas de nuestra edad, que vienen del colegio Tosco, orientado en sociales y humanidades como el nuestro; con un hombre simpático, a quien le recuerdo a su hija; otro habla de economía y de la situación política actual, de tasas de desempleo que crecen y continuarán haciéndolo. Una mujer pregunta si llevamos ropa, y le tengo que decir que no porque no tengo; otra come con mucho entusiasmo el bizcochuelo de Greta y le parece muy rico. Se ve a la gente reunida, comiendo, riendo, charlando; en un momento, un hombre reconoce a otra mujer, pero ella no logra recordarlo, y él le dice: “Pero si vengo siempre”.
El merendero es nuevo; se armó este año, a partir de las políticas de ajuste del actual gobierno, que agravaron la situación de aquellos que ya estaban quedando fuera del sistema. De a poco, se va armando una comunidad; en ese espacio, se teje socialmente, es un trabajo artesanal en estos tiempos de puro individualismo. Encontrarse, compartir, vincularse desde otro lugar, con otros objetivos, desde el cuidado, el afecto, con una escucha activa. Este lugar nos propone el desafío de la época: ver al otro como potencia.
Hace frío, mucho frío. Agradezco haberme abrigado en la mañana. En un momento, vamos con Lola, mi amiga y compañera de taller, a la salida de la estación para grabar un plano. Al lado, podemos ver colchones con mantas tiradas en el piso; junto a esto, está un hombre que estaba en el merendero. El frío se vuelve más crudo, cruel, indiferente.
Llega el momento de las entrevistas a los militantes y organizadores del espacio. Nos emocionamos; hay lágrimas en algunas, y cuando no hay, de igual manera estamos todos conmovidos. Las entrevistas me hacen pensar que estoy siendo parte de algo, que ellos están haciendo algo, algo muy importante, fundamental, que, aunque no parezca, tensa la cuerda social, disputa sentidos. Es la resistencia, es dar la lucha que hay que dar, incluso en momentos como este. Una mujer, Laura, nos cuenta que hace mucho está en organizaciones; los principios de su militancia se remontan a los momentos más oscuros, la última dictadura. Ella dice “Nos quieren quebrar”, y ella está ahí porque no se deja quebrar. Otro compañero, Iván, nos dice que lo importante de ese espacio es la contención que se genera, un espacio en el que estar, en el que todos importamos. La pregunta “¿Qué querés tomar?” o “¿Qué querés para comer?” abre la posibilidad de elección a quienes la tienen muy recortada. Cuando a una de las entrevistadas, Marina, le preguntamos qué pensaba que no podía faltar en una mesa, ella nos respondió que lo que no podía faltar era la mesa; el sostén, lo que no le puede faltar a nadie es una red que lo aloje. Porque no estamos solos en este mundo, y porque contar con otros, por más difícil que sea, es aliviador y nos hace más felices.
Alguien toca la guitarra y otra persona canta una chacarera, se ponen a bailar; hay risa, alegría, acción política, alternativa al individualismo, al salvajismo, y al sálvese quien pueda. Poder ser parte de esa alternativa enriquece, moviliza y potencia. Empiezo a entender que es por ahí.
Recomiendo: Para aquellos a quienes les interesa el teatro, “Fulgor Argentino” retoma la historia del club social homónimo, desde los años 20 hasta la actualidad. Así, retrata los distintos procesos históricos que atravesó Argentina y cómo fueron vividos por las masas. Es una puesta en escena que revaloriza lo popular en todas sus formas. Llevada a cabo por el grupo de teatro comunitario "Catalinas Sur", surgido de un grupo de vecinos en el barrio de La Boca durante la última dictadura militar.
“Será el abrazo de un compañero y la esperanza de entusiasmar a muchos más locos utópicos que crean como nosotros que es necesario seguir desafiando al tiempo, a los estigmas y a los olvidos, con la convicción de que el arte es un derecho para todos. Así que sí, así nos sentimos: unos locos, utópicos. Convencidos de que siempre en alguna plaza, una calle, un galpón, o teatro, encenderemos las luces del escenario y el vecino será actor, el títere se volverá magia, les niñes cantarán actuando, los jóvenes levantarán su voz y la orquesta sonará con todas sus fuerzas para encontrarnos en esa celebración que es el teatro comunitario.” Catalinas Sur.