El dolor que salva

Alguna vez nos hemos preguntado cómo podemos decir que Dios es bueno y contemplar a un mundo que sufre. Sin embargo, esa bondad y ese sufrimiento no son contradictorios. El dolor puede transformarnos y hacer de nosotros hombres y mujeres más perfectos a los ojos de Dios.

Dios es Bueno

El cristianismo sostiene que Dios es bueno; que Él hizo buenas todas las cosas y las hizo para el bien de ellas. Una de las cosas buenas que hizo Dios es el libre albedrío de los hombres, la facultad de elegir, que incluye justamente la posibilidad de optar por el mal.

Son los hombres y no Dios los que han producido los tormentos, los látigos, las prisiones, la esclavitud, las armas de fuego, las bombas nucleares: es por la avaricia o la estupidez humana y no por la ruindad de la naturaleza que tenemos pobreza y trabajo excesivo. Sin embargo, hay otros sufrimientos que no parecen ser causados por ningún hombre. Incluso si todos los sufrimientos fueran obra del hombre, querríamos conocer la razón de que Dios permita que el ser humano torture a sus semejantes.

Si el mundo es tan malo o la mitad de malo, ¿cómo es que los seres humanos llegaron a atribuirlo a la actividad de un Creador bueno y sabio? Si Dios fuera bueno desearía hacer a sus criaturas perfectamente felices. Pero los hombres nunca llegan a ser plenamente felices. Por lo tanto parecería que Dios carece de poder, de bondad o de ambos.

Dios es más sabio que nosotros. Su juicio debe diferir del nuestro en muchas materias, entre las cuales no son menores el bien y el mal. El problema es que cuando hablamos de la bondad de Dios, la mayoría de nosotros entiende benevolencia. Lo que queremos no es tanto un Padre de los Cielos, sino un abuelo en el cielo; una benevolencia senil a la cual, como suelen decir “le guste ver a la gente joven divirtiéndose” y cuyo plan del universo sea simplemente que al final del día pueda decirse: “Todos la pasaron bien”. A la benevolencia no le preocupa si uno se hace bueno o malo siempre que no sufra. Si Dios es Amor, es por definición, algo más que benevolencia.

¿Qué quiere Dios para nosotros?

El problema de conciliar el sufrimiento humano con la existencia de un Dios que Ama no se podrá resolver mientras asignemos a la palabra “amor” un significado trivial, y mientras consideremos al hombre como el centro de todas las cosas. El hombre no es el centro. Dios no existe para complacer al hombre. El hombre no existe para sí mismo. Fuimos hechos fundamentalmente no sólo para que podamos amar a Dios, sino sobre todo para que Dios pueda amarnos. Para la cristiandad en esto consiste el amor: no en que nosotros amáramos a Dios sino en que Él nos amó a nosotros. (1Jn 4, 10).

Podríamos pedirle a Dios que se contente con nosotros tal como somos… pero somos una “obra de arte divina”, algo que Él está haciendo, y en consecuencia algo con lo cual no estará satisfecho mientras no logre la armonía de su diseño. Cuando un artista trabaja en la pintura más importante de su vida, sin dudas se toma muchas molestias, y seguramente le provocaría infinidad de malestares al cuadro, si éste fuera capaz de sentir. Podríamos desear que Dios tuviera para nosotros un destino menos glorioso y menos arduo, ser tan poco importantes para Dios que Él nos dejara tranquilos para seguir nuestros impulsos naturales, que dejara de adiestrarnos para convertirnos en algo más perfecto … pero estaríamos deseando, no más amor, sino menos.

Dios que nos ha hecho sabe lo que somos y que nuestra felicidad está en Él. Y sin embargo no la buscaremos en Él mientras nos deje cualquier otro recurso donde sea posible buscarla. Mientras lo que llamamos “nuestra propia vida” se mantenga agradable, se hará más difícil que la entreguemos a Dios. Así es que del dolor, del mal causado por las criaturas rebeldes, Dios saca su instrumento redentor produciendo un bien.

Dios nos susurra en nuestros placeres, habla a nuestra consciencia pero nos grita en el dolor: es el altavoz que utiliza para despertar a un mundo sordo. En el sufrimiento se esconde una fuerza particular, que acerca interiormente al hombre a Cristo. En las angustias, hay una especial llamada a la virtud, y quienes la escuchan llegan a ser personas completamente nuevas, que encuentran una nueva dimensión de toda su vida y de su vocación. A ello deben su conversión muchos santos. El sufrimiento debe servir para la conversión.

Buscando respuestas

En cada persona que sufre, surge la pregunta por el por qué, por el sentido de su padecimiento. Al hacerle esta pregunta al mismo Dios, muchas personas se rebelan contra Él. Pero otros logran escuchar la respuesta de Jesús, que llega desde su propia cruz. Él no nos responde con meras palabras, sino ante todo con una llamada, una “vocación”. Él nos dice: “Sígueme”.

Como miembros de la Iglesia, somos parte del Cuerpo de Cristo. Y esto quiere decir que nuestros sufrimientos se unen a los de Jesús en su Cruz. Por eso nuestros dolores no son en vano, así como tampoco lo fue el Sacrificio de Cristo. Ante nuestro dolor, Él nos pide que lo sigamos y tomemos parte en su obra de salvación del mundo, que se realiza a través de Su propio Sufrimiento. Todos estamos llamados a participar en el sufrimiento mediante el cual se ha llevado a cabo la Salvación del mundo.

A medida que el hombre toma su cruz, uniéndose espiritualmente a la cruz de Cristo, se revela ante él el sentido salvífico del sufrimiento. Entonces encuentra en su sufrimiento la paz interior, e incluso la alegría espiritual. Se convierte en fuente de alegría la superación del sentido de inutilidad del sufrimiento. El dolor no sólo consume al hombre dentro de sí mismo, sino que parece convertirlo en una carga para los demás. La fe en la participación en los sufrimientos de Cristo lleva consigo la certeza interior de que la persona que sufre sirve, como Cristo, para la salvación de sus hermanos y hermanas. Por lo tanto, no sólo es útil a los demás, sino que realiza incluso un servicio insustituible para la Iglesia y el mundo.

Muchas veces hemos escuchado que Cristo vino a salvarnos del dolor y de la muerte. Y aunque esto parezca una frase incomprensible cuando estos males nos alcanzan, es importante tener en cuenta una verdad: Él no vino a liberarnos del sufrimiento temporal, sino del definitivo, que es la pérdida de la vida eterna. Las penas de este mundo pueden convertirse en una gracia si logramos que nos ayuden a ver y valorar las cosas de la vida en su justa medida, para avanzar hacia Dios sin perdernos en distracciones por el camino.

Para los cristianos la vida es un navío que nos lleva a la morada del Padre en el Cielo, un paraíso inimaginable. Cierto es que la vida tiene sus matices: hay comedia, hay suspenso, hay drama y quizás hasta terror… pero el desenlace es para nosotros feliz. “En el mundo habéis de tener tribulación, pero confiad: yo he vencido al mundo” (Jn 16, 33)

María estaba al pie de la Cruz mirando a su hijo Jesús crucificado.

Su corazón fue traspasado de dolor pero en medio de ese sufrimiento sabía que Dios estaba actuando.

JUEGOS DE FE:

Descubrí el contenido de esta cita evangélica. Para ello, tené en cuenta que cada número representa una letra (a igual número, igual letra). Abajo, como ayuda, ya han sido develadas 3 letras.

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1 2 3 4 5 3 6 7 3 3 6 2 1

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8 3 9 10 9 1 3 6 11 12 3 13 12 3 9 1 6

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14 15 8 13 1 5 16 10 5 2 15 7

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7 12 17 5 10 8 10 3 6 16 15 7 9 3

_ _ _ _ _ _ . _ _ _ , _ _ _ _ _ _

14 5 10 7 16 15 1 7 10 14 12 1 6 9 15

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7 3 8 1 6 10 17 10 3 7 16 3 7 12

_ _ _ _ _ _ , _ _ _ _ _ _ _

4 2 15 5 10 1 12 7 16 3 9 3 7

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16 1 8 18 10 3 6 9 3 7 18 15 5 9 1 5 1 6

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9 3 4 15 19 15 20 1 2 3 4 5 10 1

6 = N

10 = I

15 = O

SOLUCIÓN:

“Alégrense en la medida en que puedan compartir los sufrimientos de Cristo. Así, cuando se manifieste su Gloria, ustedes también desbordarán de gozo y alegría.” ( 1 Pedro 4, 13)