Entrevista a Francisco Javier Cervigon

– En su libro Conocer la verdad habla sobre el conocimiento, el lenguaje y la verdad. ¿Qué utilidad puede tener un libro así?

– Es útil para quien quiera responderse a preguntas así: ¿qué es el conocimiento?, ¿qué, o Quién, es la verdad?, ¿existe la verdad?, ¿cómo es, una o múltiple?, ¿se puede conocer la verdad?, ¿cómo se puede conocer?, ¿dónde está el conocimiento?...

– ¿Qué es la verdad?

– La verdad es lo acertado; no tiene vuelta de hoja, porque lo verdadero está en la última hoja, porque es lo firme y cierto, y porque adecúa lo que se piensa sobre un objeto con lo que es en sí. No hay término medio. Aunque en el libro preciso más, en principio la verdad no admite grados de relatividad, es decir, de adecuación más o menos acertada, más o menos verdadera, más menos adecuada; es como el tiro al blanco, o se acierta o no se acierta.

– ¿Pero la verdad existe?

– Sí.

– ¿Cómo lo puede saber?

– La verdad es, existe, hay verdades de esencia y verdades de existencia, y otras verdades: absoluta o relativa, total o parcial, de hecho o de razón, concreta o abstracta, singular, particular o general… aunque en último término solamente hay una, Dios, por lo que más que preguntar qué es la verdad habría que preguntar Quién, porque propiamente la Verdad es Dios, ya que su esencia es su mismo Ser, es Acto puro de Ser Amor, pero esto no es asunto este libro. Cualquiera puede llegar fácilmente a conocer la existencia de Dios, y si descubre cómo nos ama llegará a la santidad y concluirá que sólo una cosa es necesaria, pero aquí en este libro trato del conocimiento sin Revelación, lo que implica tratar también de la verdad, del lenguaje y otros fundamentos. Me interesa aquí, más que el método científico –que también–, presentar la verdad misma.

– ¿En concreto de qué trata el libro?

– Acoto, pues, el tema del libro: trato del conocimiento, de lo que llamamos el conocimiento, distinguiéndolo del saber y de otras realidades afines. En otras palabras: después de declarar que acoto para mí lo que llamamos “conocimiento”, no presento eso diciendo seguidamente: “entiendo por conocimiento...” esto o aquello, sino que, sin manifestar mis entendederas, procedo:

1º) a hacerme reconocer que hay en mi interioridad muestras reales de lo que llamamos “conocimiento”; y,

2º) después, a que nosotros mismos nos formemos la figura general o idea del “conocimiento” (y la exprese con una definición adecuada; que resultará idéntica o equivalente a la que yo tenía desde un principio, pero que por inconvenientes pedagógicos me abstuve de manifestar).

– ¿Y el lenguaje? ¿Qué pinta en todo esto?

– ¿El lenguaje? Quizá sea mejor formular la pregunta así: ¿Cuál es la garantía de la eficacia del lenguaje como método de presentación del conocimiento? Porque puede surgir una duda acerca de la eficacia del lenguaje como método de presentación del conocimiento fundada en el hecho de que se puede abusar de él. Quiero decir con esto lo siguiente: el lenguaje sería un medio infalible de presentación del conocimiento si quien hablara (quien hace uso del lenguaje) lo utilizase siempre como Dios manda. Pero ocurre que no es así debido a que unos no saben utilizarlo debidamente y otros no quieren pues lo usan –a veces– para mentir.

– ¿Cómo se sabe si se está mintiendo o no?

– Cuando se trata de sentimientos, y simplificando mucho, los gestos somáticos en teoría son evidentemente vehículos infalibles porque son inevitables. También lo es el lenguaje porque, si se abusa de él, el hecho del supuesto abuso podría controlarse por los gestos mismos que acompañan. Si uno dice que no tiene miedo al aborto y, sin embargo, está temblando, llorando, o padece otros efectos, lo que parece hacernos decidir no son las palabras, sino el temblor, el llanto, etc.

Pero cuando se trata de puros conocimientos, ¿por qué medios se controla el posible abuso que se haga del lenguaje? ¿Cómo se sabe si se está mintiendo o no?

Respondo: El uso concreto que una persona hace del lenguaje (y así, el abuso que pueda hacer de él; pues los abusos se dan siempre dentro del uso) se controla por el lenguaje mismo. La estructura de la lengua es el control para saber si, quien la usa, lo hace correctamente o no.

– Esto parece un poco teórico, puede poner algún ejemplo concreto?

– Como ilustración de esto voy a poner tres ejemplos. Creo que así quedará completamente claro el asunto.

– El solfeo.

– ¿El lenguaje musical?

– Para saber yo si uno sabe solfear, el procedimiento directo es preguntarle. Suponiendo que dice que sí sabe: entonces el procedimiento para confirmar que no miente –y controlar, por tanto, que ha hecho un recto uso del lenguaje– es proponerle que solfee la partitura que le ofrezco. Supongamos que no quiere hacerlo. Por esta negativa no me consta a mí que haya mentido, pues puede negarse a solfear simplemente porque no quiere. Pero si no hay ningún motivo especial para no querer, tal negativa se hace un tanto sospechosa.

Supongamos que, al fin, cede. Y con ello descubro yo quo lo hace horrorosamente, que no conoce ni las notas. Sí las ve, pues tiene delante el papel, pero no las conoce; es decir, no las aprecia musicalmente (= no sabe interpretar su valor sonoro) ello delata a las claras que no sabe solfear.

Pero –hombre que no se para en barras– a lo mejor busca una salida escapatoria a mi objeción diciendo: “es que yo entiendo las notas a mi modo, que es distinto del tuyo, usado generalmente; y al solfear me he guiado por ese mi modo de entender las notas y he sido fiel a él”.

Esto, evidentemente, es una escapatoria verbal por la que intenta llevar la cuestión a “creer”, pero que le hace enseñar la oreja. En efecto, mi pregunta fue: “si sabía solfear”. Y a mí, al hacérsela, no me interesaba cómo él entendía personalmente las notas, sino si entiende lo que pone la partitura… No le pregunto si él ha inventado un nuevo sistema de notación musical, sino si sabe leer el sistema que le pongo delante. Por lo visto (mejor, lo oído) no conoce ni las notas. ¿Cómo va a solfear?

Mejor que evadirse con aquella escapatoria verbal, lo que debía haber hecho era rectificar su afirmación primitiva de que sabía solfear. Así hubiera quedado arreglado enseguida sin complicaciones inútiles.

– Entiendo…

– Ejemplo del ajedrez. Supongamos que invito a otro a jugar al ajedrez. Le pregunto si sabe. Dice que sí. Pero comienza moviendo el caballo de frente. Si no lo ha hecho de broma, señal de que no sabe jugar, ya que desconoce los movimientos de esa pieza.

Y no vale la excusa de que él sabe jugar en otro sistema. Mejor será que rectifique y no se empeñe en ello, pues no conduciría sino a complicar inútilmente la cosa.

–Ya.

– Un ejemplo de aritmética. Le propongo a otro la operación siguiente: 7 - 5. El otro opera así 7 - 5 = 35. Digo: eso no es. Dice: si lo es. Digo: no lo es porque te he propuesto una operación de resta como lo he indicado con el signo “-”. Replica: es que yo entiendo con el signo “-”, al parecer, cosa distinta de lo que entiendes tú. Responde: lo que tú hiciste fue una multiplicación, que se expresa con el signo “x”. Replica: por lo que dices yo entiendo con el signo “-” lo mismo que tú entiendes con el signo “x” y viceversa.

En total, todo esto son argucias convencionales qua él se arma y me quiere endilgar simplemente pare evitar al reconocer sinceramente que confundió los signos (lo cual no tiene nada de particular). Lo que podía haberme dicho simplemente así: “tienes razón, es que confundí el signo “-” con signo “x”. No es que no sepa restar; es que quiere camorrear (armar camorra o pendencia sin motivo suficiente).

– ¿Qué es eso del conocimiento?

Con el término conocimiento (y con el de conocer, cuando expresamos acción) intentamos decir o evocar un hecho que se da en nuestro interior, cuya figura precisa se puede expresar diciendo que es “la percepción psíquica de un objeto de tal modo que lo distinguimos de todo lo que no es él”. Esta frase creo que se puede considerar definición del conocimiento.

– ¿Dónde está el conocimiento?

– Hay acciones que tienen como efecto producir algo que queda fuera de ellas. Por ejemplo: la palabra “construcción” significa “acción y efecto de construir”. Está clara la distinción ya que lo que hacen los albañiles cuando están construyendo un edificio se llama “construcción”; y el edificio construido también se llama una “construcción”. Y está claro también que una cosa es la acción de construir un edificio y otra el edificio construido que es efecto de esa acción. El edificio es producto de la acción de construirlo; y precisamente comienza a existir plenamente y con independencia en el mismo instante que cesa la acción de construirlo, cuando ya no hay nada que hacen en él. Esto se expresa diciendo que la acción de construir es una acción transitiva. De modo que, en estos casos, la acción pasa al objeto; y, consiguientemente, el objeto la recibe. Y, por ello, tiene voz pasiva. Debido a que los albañiles construyen el edificio, este es construido.

Pero ocurre que la acción de “conocer” es una acción realmente intransitiva. Después de conocer yo al político abortista, éste se queda realmente como estaba antes de conocerle. Él no recibe mi acción, se queda igual que antes de conocerle yo, no se le pega mi acción de conocerlo, ni le inmuta lo más mínimo. Ni le pone, ni le quita, ni le cambia realmente nada.

Sin embargo, este verbo admite en gramática forma pasiva. Así, la acción: “yo conozco al político abortista” se transforma en pasiva diciendo: “el político abortista ha sido conocido por mí”. ¿Qué valor tiene esta oración pasiva? Tiene solamente un valor gramatical (o verbal) y lógico (o conceptual), pero no real. Quiero decir: el objeto conocido no es, en la pasiva, sujeto real de la misma; ya que, en realidad, como he dicho, no padece o recibe la acción. ¿Quién la recibe? El mismo que ejecuta tal acción.

Me explicaré con otro ejemplo. Cuando la madre engendra al hijo, produce el hijo; y el hijo recibe realmente la acción, pues es producido. Cuando, después, yo conozco ese bebé, el hijo es conocido, pero él no recibe nada de mí. Lo único que ocurre después de conocerle es que yo lo he conocido ya.

¿Qué ocurre? Que, con la acción de conocerlo, el que recibe no es el bebé, sino yo mismo. Yo, que ejecuto la acción de conocer un objeto, soy quien recibe el objeto que conozco gracias a tal acción (y esto sin que el objeto haya sido inmutado). El hecho de “ser conocido” el bebé, no le afecta al bebé sino a mí. Antes de conocerlo, no tenía yo el bebé; después de conocerlo, puedo decir que lo tengo.

Aunque esto de “tenerlo” es bastante especial, pues puedo decir, que, en cierto sentido lo tengo, y en cierto sentido no.

* No lo tengo, pues no me lo he llevado, sino que lo he dejado tan tranquilo e intacto (espero) en su sitio de la maternidad.

* Sí lo tengo, ya que al venir del hospital no vuelvo como fui sino con algo más: con el bebé (de un amigo) que fui a ver y vi. ¿En que sentido lo tengo? Pues “lo tengo conocido”; lo he percibido (recibido) no como se percibe (recibe) un objeto cuando se recibe, el cual pasa de la mano del otro a la mía, sino... de otra manera. ¿De qué manera? Es la llamada precisamente “percepción cognoscitiva” que es la que acabo de explicar y creo que habrá quedado clara.

– ¿Entonces el lenguaje sirve para conocer la verdad?

– El lenguaje es un medio infalible de presentación del conocimiento si quien hace uso del lenguaje lo utiliza debidamente. La Constitución asegura que “todos tienen derecho a la vida”, y ahí tenemos la ley del aborto, ley injusta impuesta por la fuerza del poder injusto. También afirma la Constitución que “los poderes públicos garantizan el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones”, y ahí está la asignatura “educación para la ciudadanía”. La objeción de conciencia forma parte del contenido del derecho fundamental a la libertad ideológica y religiosa reconocido constitucionalmente. La objeción es un verdadero derecho constitucional, esté o no regulado en leyes positivas, igual que los derechos de Dolores Vázquez, Rafael Ricardi, etc.; la Constitución debería –es un deber fundamental– ser directamente aplicable, especialmente en materia de derechos fundamentales.